viernes, 22 de abril de 2011

Aire puro

Al fin lo hemos conseguido. Los espacios públicos están exentos de los humos del tabaco. Ahora podemos respirar sin que esos perversos fumadores nos agredan con sus cigarrillos, sus puros y sus malolientes pipas. Vamos hacia una sociedad más sana y más feliz.
Aunque no se lo crean, todo comenzó con las barberías. Aquellos eran lugares donde se iba a fumar, a charlar y de paso a afeitarse o a cortarse el pelo. Nunca se prohibió fumar en las barberías. El sistema para acabar con la fea costumbre de fumar fue cargarse directamente a los barberos. No los mataron, pero les dejaron morirse. No hubo recambio en la profesión debido al avance de las peluquerías unisex. Todo dentro del proceso imparable de cursilización social.
Otro lugar en el que tradicionalmente se fumaba era la sacristía de las iglesias. Entre albas y sotanas, siempre había un cenicero. Además del humo de las velas y del incienso subía hacia el cielo, o hacia el techo, el humo de los Ducados. Parece que a Dios le daba lo mismo.
Las tertulias que se organizaban en distintos cafés también estaban sometidas a la hegemonía de las palabras y de las columnas de humo. Hace tiempo que no estoy en ninguna tertulia. ¿Cómo serán ahora? Sobre este asunto yo opino que... disculpen un momento que me voy a echar un pitillito a la calle.
A la postre, igual que los parques infantiles, los bares y los cafés son territorio prohibido para los fumadores. Todavía se ve a algunos sumisos que se salen a la puerta del bar a fumar. Yo, que soy de los irredentos convencidos, directamente no entro en los bares. Porque, además, los bares tienen tres trampas. La primera es el precio. Parece que vamos al sistema europeo en el que tomarse una cerveza es una especie de hazaña. En segundo lugar, si quieres fumar pues nada a la bendita calle. Y cuando has pasado por estos dos yugos bajo los cuales ya has perdido casi toda tu dignidad, queda la tercera trampa. A la vuelta de la primera esquina están los guardias preparados con su alcoholímetro para decirte: te pillé.
No todo es malo, no. Se están consiguiendo grandes cosas como que se fume menos o nada, se beba menos o nada y... se hable menos o nada. Que tras la charla viene el funesto vicio de pensar y el pensamiento, siempre tozudo, se empeña en romper esas cadenas que tanto nos protegen de nosotros mismos.
Estoy algo receloso. De vez en cuando miro la cámara del ordenador y sospecho que sin que yo lo sepa me graba cada vez que enciendo la maloliente pipa.

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