jueves, 2 de junio de 2011

Pintar mal

Es muy difícil. Aunque parezca mentira, es muy difícil.
Aunque hace mucho tiempo que no cojo carboncillos ni pinceles, no puedo desechar los años de disciplina pintando, dibujando, aprendiendo a mirar. El problema surge cuando tengo que ayudar a mi hijo a realizar un dibujo para la escuela. Intento que el dibujo salga torpe, falto de destreza. Y nada. Aparece el trazo ligero y confiado, la proporción perfecta. Lo miro. Esto no pasa por un dibujo de un chico de doce años. Intento estropearlo un poco... y lo mejoro. Al final se lo doy y le digo que lo coloree con saña. A ver si hay suerte y el dibujo pasa. La lógica dice que o le ponen un diez o, si no hay suerte, le cascan un cero por no haberlo hecho él  solo. De eso nada, seguro que le ponen un seis o algo así.
Cuando estuve trabajando con niños de cuatro años me fascinaban sus dibujos. La línea insegura, la fuerza arrolladora, el resultado era tremendo, maravilloso. Intentaba copiar el dibujo de los niños pero no conseguía acercarme ni de lejos. Se me ocurrió dibujar con la mano izquierda. Al principio fue bien. El trazo se parecía al de los niños. Sin embargo, poco a poco, la izquierda fue cogiendo seguridad como si la derecha le estuviese trasmitiendo la experiencia. Al final, no conseguí más que poder dibujar con la izquierda tan bien, o tan mal para lo que yo pretendía, como con la derecha.
Creo que todo lo que aprendemos condiciona nuestros actos. Cuando queremos actuar en contra de lo aprendido el esfuerzo es enorme, si no insuperable. Puede que el arte moderno esté plagado de intentos de pintar mal, lo que da como resultado esos cultos aburrimientos que son los museos de arte contemporáneo. No me resisto a contar lo que me ocurrió viendo una exposición de arte minimal. Después de recorrer las salas buscando desesperadamente algo que mirar, algo llamó la atención. Una ujier se rascaba una rodilla. Había más arte en el gesto de aquella mujer que en toda la exposición.
Mal las pintan cuando no se sabe pintar mal.

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