jueves, 9 de junio de 2011

Venganza en la mercería.

Estoy resfriado, cansado, abatido y enfadado con casi todo el mundo. Hoy no tengo ganas de ironías ni voy a utilizar ese sentido del humor del que me vanaglorio. Este artículo intenta ser profundo y basado en datos bien contrastados.
Hace cierto tiempo que mi mujer estaba disgustada conmigo. No sé si se trataba de que había descubierto de que estaba liado con todas las novicias del convento cercano o bien era que me  había pillado en el salón con las botas llenas de barro. Por una cosa o por otra, me la tenía jurada. Como es inteligente no montó un número sino que esperó la situación propicia para vengarse.
Llegó el momento y, fríamente, sin compasión me dijo: "Vete a la mercería y compra una cremallera de quince centímetros". Me quedé sin palabras, pálido, culpable, descompuesto. No tenía capacidad de respuesta. Llovía.
Entré en la mercería. Sobre mi cabeza, una campanita hizo tilín. En el local había una única cliente. Señora mayor, bajita, con gafas anticuadas y sucias, permanente en un escaso pelo y tinte de color... morado. Una sola cliente, esto iba a ser fácil. Al otro lado del mostrador se encontraba el mercero. No era muy bajo, pero lo parecía. Creo que se encorvaba para disimular su estatura real. Aspecto anticuado. Daba la sensación de que acaba de salir de la trastienda de ver el un, dos, tres de Kiko Ledgar. Algo desentonaba en este hombre. En un primer momento no supe lo que era.
La cliente del pendón de Castilla en la cabeza, había pedido algo o había pedido todo. Nunca lo sabré. El mercero sacaba una caja detrás de otra sin inmutarse, con una sonrisa tan permanente que llegué a creer que era una pegatina. La de las gafas sucias extendía las prendas y cuando decía que no, el mercero las doblaba cuidadosamente, sonriente, y las volvía a meter en las aplanadas cajas. Después de dos horas del juego de abrir cajas, mi mujer se estaba vengando más allá de lo humano, la cliente bajita se despidió sin comprar nada. La pegatina del mercero no cambió de expresión. Fue recogiendo y colocando en los estantes todo lo que la vieja le había hecho sacar. Después me miró, sentí que las comisuras de la boca intentaban perder la sonrisa, pero el hombre estaba bien entrenado y pudo controlar el acto reflejo. Me preguntó qué quería. "Una cremallera de quince centímetros". Me miró como si hubiera dicho: "Esto es un atraco". Una cremallera de quince centímetros, repetí. Pero había perdido la convicción. ¿Era una cremallera de quince centímetros o quince cremalleras de un centímetro? Sacó una caja. Ahora su expresión, sin duda, se había hecho más dura. Abrió la caja. Dentro estaban las cremalleras de quince centímetros. Pero de diferentes colores. Yo no sabía nada del color de la cremallera. El mercero al ver mi expresión de duda recuperó la sonrisa. Empezó a mostrarme los diferentes colores. Yo estaba mareado. Incluso me mostró "gamas preciosas" que por desgracia solo llegaban en cremalleras de dieciocho centímetros.
Una idea iluminó mi cabeza que poco a poco iba cayendo en el aturdimiento. Quiero una cremallera de cada color. Los ojos del mercero me taladraron como si me estuvieran llamando blasfemo. Cuando, asustado, dije que lo tenía que consultar con mi mujer y que volvería otro día, la cara del mercero se iluminó. Al fin, el blasfemo se había convertido. Aleluya. La venganza se había cumplido.
Al salir de la mercería y recuperar el aliento bajo la lluvia, supe lo que no cuadraba en el mercero. Llevaba unas gafas demasiado modernas.
Este suceso dio lugar al comienzo de la investigación de la que hablaré más adelante y que sacó a la luz los secretos más profundos de nuestra sociedad.

2 comentarios:

  1. Esto promete. Es el inicio de una estupenda aventura a lo Vázquez Montalbán. Y no es por meter el dedo en la llaga, pero yo no me fiaría de una mujer que te manda a por una cremallera de quince centímetros, así, sin mas ni mas. ¿Porqué lo hizo?¿Que pretendía? Todo es muy sospechoso. ¿Sabía ella que la vieja con el pendón de Castilla en la cabeza estaría en la mercería?¿La sonrisa pegada a los labios del mercero era para ocultar un horroroso crimen?¿Era la vieja del pendón de Castilla en la cabeza complice?¿O era la víctima propiciatoria?¿Impediste con tu llegada el crimen?¿Porqué quince centímetros?¿Tiene esa medida un significado especial?
    ¿Que opinaría Rajoy sobre el tema?
    ¿Lo sabe Rubalcaba?
    En fín, hay muchas dudas por resolver. Ya te digo, promete.

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  2. Vaya.... esto promete. Yo creo que tu mujer quería que conocieras al mercero, algo habrá intuido ella, siendo una mujer inteligente como dices. Y si este señor es un ligon?, que claro vender lencería tiene su miga. Y si tiene un probador con un espejo doble que da a la trastienda, quizás por eso su aspecto encorvado.
    Muchas preguntas en una.
    No tocara el violonchelo el mercero ?
    No querrá tu mujer que vayas a casa del mercero para
    ensayar juntos ?.
    No sera un mensaje subliminal de tu mujer para que le regales un buen conjunto de lencería, que seria lo mas normal.



    En fin tendremos que esperar a saber el final de esta interesante historia.

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