jueves, 16 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Tercera parte

Llevo estudiadas treinta y siete mercerías. En todas se repite el mismo patrón. Mercero con sonrisa estandar, señora mayor, bajita, con gafas sucias, el pelo varía de unas a otras yendo desde un morado profundo a un rosa pálido, cajas planas con braguitas y otros productos con aspecto manoseado, campanilla en la puerta, trastienda imposible de fisgar. Aparte de esto no he descubierto absolutamente nada.
Mientras estoy escribiendo esto en la mesa de un bar de enfrente, noto un aliento sobre mi hombro. Me quedo paralizado de terror. No me atrevo a volver la cabeza porque espero la sonrisa congelada del mercero o, lo que es peor, las gafas sucias de la vieja.
- Está bien, pero no has apuntado la disposición de las cajas -Es una voz muy joven la que ha pronunciado estas palabras. Me vuelvo y detrás de mi hay una chiquilla de unos doce años, uniforme de colegio que mordisquea un lapicero Junior.
- ¿Las cajas? -pregunto tontamente, cuando en realidad lo que quiero preguntar es ¿y a ti que te importa? ¿Pero tú quién eres? ¿Que narices pintas investigando las mercerías? ¿Por qué no estás en el colegio? ¿Quién diseñó el uniforme que llevas porque manda narices...? Pero me limito a eso, a decir ¿las cajas?
Ella, con un desparpajo que me parece inadecuado, se sienta enfrente de mi y pide una cocacola, diciendo de paso ¿me invitas no?, y luego empieza a hacer su exposición como si estuviera diciendo de memoria la lección.
- Cada mercería tiene el mismo patrón de colocación de cajas. Dependiendo del día de la semana algunas cajas varían de sitio. Tras la visita de la vieja del pelo de colores, el mercero hace una nueva ordenación de las cajas clave y después, si no hay un cliente molesto como tú, se mete en la trastienda. Pero lo que hace ahí no he podido averiguarlo todavía.
- Pero, ¿me has estado siguiendo? -pregunto más asustado que interesado.
- A ti, no, qué va. Sólo te he visto hoy. Me has llamado la atención porque eres el único hombre que ha entrado en la mercería sin dudar. Luego te has puesto a escribir aquí que no es un sitio demasiado discreto.
- ¿Por qué investigas las mercerías? -digo, mientras echo una mirada a los clientes del bar. No quiero que me tomen por un corruptor de menores. Pero debemos dar todo el aspecto de un padre divorciado que pasa unas horas con su hija.
- ¿Por qué investigo? -dice ella, y después de dar dos mordiscos al lapicero junior y de ventilarse la cocacola, sigue - Por necesidad, pero no te lo voy a contar. Eres muy raro y no me fío de ti.
Por lo que se ve, yo soy el raro. Pues anda que ella... lo que está claro es que la puñetera cría se ha dado cuenta de algo en lo que yo no había caído. El cambio de la disposición de las cajas puede ser un dato muy interesante. Incluso, puede tratarse de un lenguaje en clave. ¿Pero un lenguaje para quién? ¿Hay toda una red de personajes que se comunican a través de las cajas de lencería? Mientras pienso todo esto he permanecido callado mordisqueando la pipa, esta vez apagada, mientras la chica mordisquea su lapicero, apagado también.
- Me voy a a fiar -dice de repente-. Investigo las mercerías porque mi padre desapareció en una de ellas.

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