sábado, 18 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Cuarta parte

La chiquilla desapareció igual que había aparecido. De repente. Dejándome, eso sí, la cuenta de cuatro cocacolas que no sé cuando se había trasegado. Me marché del bar pensando en padres desaparecidos y en sujetadores de tira invisible. No dejaba de darle vueltas al asunto de la disposición de las cajas y a quién iba dirigido ese código secreto.
He decidido dar un giro a la investigación. Observar mercerías siguiendo un mapa en espiral sólo me conduce al centro de Madrid. Y en el centro está Pontejos. Pero Pontejos no puede estar dentro de la conspiración ya que este sí es un negocio de verdad. Ahí se dedican a vender de todo y venden sin parar. No pueden tener tiempo para conspiraciones ni para raptar padres. Descartado el estudio en espiral he decidido volver a la primera mercería por dos razones. La primera, porque allí empezó todo. La segunda, porque me pilla más cerca.
Mientras hojeo con descuido la carta del abogado de mi mujer que habla de no sé qué divorcio y de que he sido sorprendido con una señorita, espero con paciencia a que llegue la hora del cierre de la mercería. El local está casi siempre vacío, quitando una señora que ha entrado un momento y  ha salido indignada por el precio de unos botones, y dos señores que han merodeado por la puerta sin atreverse a entrar, no ha habido más clientes. A las ocho en punto se apagan las luces del interior. Sale el mercero. No lleva puesta la pegatina con sonrisa y casi parece un hombre normal. Echa el cierre. Va cargado con varías cajas planas. Apunto en la libreta: "Las cajas parecen pesar más de lo que se supone que deberían pesar si sólo estuvieran llenas de braguitas y de camisetas". El mercero mira a ambos lados de la calle, luego mira en mi dirección, es decir, al bar de enfrente. Ha sido buena idea disfrazarme de artesano alternativo porque así no puede reconocerme. El disfraz ha sido costoso. Sobre todo porque he tenido que estar varios días sin ducharme. El mercero sale caminando hacia la derecha. Le sigo a una distancia prudencial. Empieza a llover. Las rastas de mi peluca alternativa comienzan a empaparse lo que hace que me pese un montón la cabeza. El hombre llega a un cruce de calles y se detiene. Espero que no coja un coche porque el mío está casi sin gasolina y no podré seguirlo. A lo pocos minutos se oye el rugido de un ciclomotor. Se trata de un mensajero. El mercero le da las cajas al chico que hay dentro del casco. Veo como se aleja el ciclomotor y cuando intento fijarme en el mercero descubro que ha desaparecido. La peluca me aplasta las cervicales con una tensión creciente. La lluvia recorre mi piel arrastrando a chorretones la suciedad que tanto me ha costado acumular. Vuelvo a casa pensando en un disfraz menos complicado y más limpio.
La casa está vacía. Mi mujer ha desaparecido. Intento tranquilizarme pensando en que todo se debe a ese maldito abogado y al asunto del divorcio. Pero luego surge en mi cerebro una duda que se va convirtiendo en alarma. ¿Habrán raptado los merceros a mi mujer? Un calambre me recorre el cuerpo cuando sobre la televisión veo, como único adorno, una cremallera negra de quince centímetros.

NOTA.- Debido a la complejidad del misterio de las mercerías, es posible que lo convierta en un relato largo o incluso en una novela. En el caso de que esta historia se convierta en una novela ya veré la forma de que ustedes lo puedan leer a través de la red. Lo que está claro es que por el peligro de las revelaciones que aquí se dan, ninguna editorial va a ser capaz de publicarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario