sábado, 28 de mayo de 2011

Un mundo más claro

Crecimos en un mundo más sencillo, más claro. Los malos eran malos de verdad y los buenos lo contrario. Las medias tintas no existían o, quizá, no sabíamos nada de ellas. La frontera entre lo que estaba bien y lo que estaba mal era algo totalmente definido. Se estaba a un lado o al otro, pero no había lugar para las dudas.
Puede que algo tuviera que ver la educación dogmática que recibimos, los sermones del cura, los libros de texto, las largas horas de clase intentando resolver divisiones interminables, para la formación de nuestro carácter. Todavía tengo en la memoria los dibujos de la Enciclopedia Álvarez. Aquellos dibujos esquemáticos que estaban pensados para que el maestro los pudiera dibujar en la pizarra sin necesidad de ser un gran artista. Recuerdo a un angelito y a un diablillo que estaban en los hombros de un niño, cada uno haciendo propaganda de su programa. A mi el diablillo nunca dejó de caerme bien, qué le vamos a hacer.
Todo eso influyó en nuestra visión del mundo. Pero creo que la influencia más poderosa en la formación de los niños de la época fue responsabilidad del kiosco. El kiosco aquel pequeño paraíso, de maderas despintadas, donde se compraban, a veces, y se cambiaban, casi siempre, los tebeos. Del kiosco salió, para adoctrinar a los jóvenes, Roberto Álcazar con su inseparable, y dudoso, Pedrín. Del kiosco salió El Sargento Furia, en una corta edición, creo que fueron veinte ejemplares, que nos hablaba de los héroes de la Guerra de la Independencia. El kiosco fue la fuente, siempre abundante, que repartía el TBO, que dio nombre al resto de revistas ilustradas para jóvenes, gracias a Dios, porque de otra manera el nombre hubiera sido intratable. Pero, sobre todo, el kiosco fue la cuna del Capitán Trueno y de su primo El Jabato. Uno pertenecía a una elástica Edad Media y el otro al periodo de romanización de Hispania. La época no era determinante. Lo que importaba era la personalidad de estos dos héroes que todos los niños tratábamos de imitar. Leíamos el tebeo semanal, o uno realmente viejo y manoseado, con toda la ilusión que puede poner un niño. Nuestros mentores nos aconsejaban leer vidas de santos, pero nosotros, dale que dale, con el Capitán Trueno.
Ahora, los niños no leen tebeos... leen cómics... y no es lo mismo.
Dedicado a Isabel, que seguro que fue Sigrid.

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