domingo, 27 de marzo de 2011

El barbero

Como hoy es domingo y tengo tiempo puedo aprovechar para arreglarme el pelo y la barba. Yo iría al barbero pero no hay ninguno cerca. El del pueblo del al lado se jubiló, como tantos otros, hace unos años. La barbería ha cerrado. Nadie ha cogido el relevo.
Ya no hay barberías. Quizá quede algún vestigio que se mantiene más por afición que por negocio, pero la realidad es que las barberías han ido desapareciendo a medida que se jubilaban o directamente se morían esos hombres de dedos fríos y rápidos. En lugar de las barberías han aparecido las peluquerías unisex a las que uno, anclado en otros tiempos, no se atreve ni a entrar. Ni ganas que tiene.
Junto con las barberías, ha desaparecido un mundo de sensaciones. Aquel local acristalado y con buena luz, aquel ambiente impregnado del olor de tabaco y agua con un ligero toque de Barón Dandy era otro mundo. Un lugar de percepciones diferentes. Algún periódico del día y muchos atrasados, tebeos para los niños, y a partir de los setenta alguna revista en las que las señoras lucían sus esplendores, enriquecían cual biblioteca el local. Pero, realmente, la prensa era innecesaria porque el verdadero transmisor de cultura era el barbero. Además de hacer su trabajo, cortando pelos y afeitando barbas, tenía conversación a la medida del cliente. ¿Toros o fútbol? Era la pregunta obligada y en función de lo que el cliente dijera la conversación derivaba hacia un lado u otro. Y siempre se dejaba traslucir en la conversación las bondades de alguna señora o se tocaban de refilón, con más o menos autocensura, según los tiempos, los asuntos de la política. En definitiva, se salía de la barbería arreglado y más culto. El barbero era lo que actualmente se llama un comunicador social que, a veces, conseguía que si uno tenía tiempo dejase pasar el turno a otro cliente para poder estar más rato.
Hoy es domingo decía. Como no tengo barbería me he cortado el pelo con mi maquinilla y después he repasado la navaja con el suavizador, que es un cuero tenso, y me he afeitado. He dejado que el vapor de la ducha se mezclara con el humo de la pipa para recrear el ambiente. Si cerraba los ojos, parecía que de verdad estaba en la barbería. Pero faltaba la conversación. Faltaba el barbero.

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