miércoles, 6 de julio de 2011

Otra profesión perdida

Hay un bar en Sol, justo donde arranca la calle Carretas. No sé cuanta gente puede entrar al día. Mucha. Un día entré a desayunar. Un café con leche y unas porras. Varios días después volví a entrar.
- ¿Lo mismo que el otro día, señor? - dijo el camarero.
Me recordaba. Y se acordaba de lo que yo había pedido. Ese era un camarero de los de la vieja escuela, de los de verdad, de los que no están pagados por mucho que se les quiera pagar.
Ahora entras en un bar y, además de no poder fumar lo cual es intolerable, te hacen esperar media hora hasta que te preguntan. Después, se toman otra media hora para meditar lo que has pedido. Por fin, te traen el café frío o la cerveza caliente si no es que directamente se equivocan y te traen otra cosa que tú no quieres.
Al igual que sucedió con los barberos, ha pasado con los camareros. Los han suprimido a base de contratar gente que no tiene ni ganas de trabajar ni idea de lo que es la profesión. Los bares de Madrid ya no son los bares de Madrid. Suelos relucientes, aire limpio, servilleta bajo el vaso, pero te marchas aburrido y decides que ya te tomarás algo en casa. Encima, en casa puedes fumar mientras no se saquen del sombrero mágico una ley que lo prohíba.
Se están perdiendo todos los valores. Cualquier día van a sustituir las velas de las iglesias por lámparas eléctricas... me dicen que eso ya existe. Así he perdido yo la fe.

No se pierdan las últimas entregas de La conspiración de las mercerías. Les anticipo que es posible que hayan raptado a Paula. Conozcan la pensión Dorita y a su patrona. El inspector Colleja sigue fumando y casi es amigo de Ildefonso. A la derecha de su pantalla pueden encontrar todo.

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