sábado, 16 de julio de 2011

La Puerta de Toledo

Debido a que la acción de La conspiración de las mercerías transcurre en parte en la Puerta de Toledo, he estado recordando cómo era antes. Lo primero que tengo que decir es que de niño yo me quedaba sorprendido de que hicieran una puerta en medio de nada. Es decir, para mí, una puerta era algo que se abría en una pared o en una muralla. Pero allí no había muralla. Entonces, ¿qué pintaba la puerta?
De la inscripción que hay sobre el arco central sólo entendía Fernando VII y la palabra gallorum. En tercero de bachiller descubrí que gallorum no tenía que ver con los gallos sino con los franceses, los galos. Cuando uno se entera de que la traducción del latín significa A Fernando VII, el Deseado, padre de la Patria, restituido a sus pueblos, exterminada las usurpación francesa, el Ayuntamiento de Madrid consagra este monumento de fidelidad, de triunfo y de alegría, Año mil ochocientos veintisiete, no tiene más remedio que preguntarse si todo esto es verdad. Después, la respuesta es que no. Porque el deseado lo mejor que hizo en toda su vida fue pasarse unas vacaciones en el extranjero a costa de Napoleón.
En la glorieta, además de la puerta, había dos edificios significativos. En un lado el ambulatorio que es donde me llevaban cuando estaba malo y donde me sacaban las muelas picadas a toda velocidad sin dejar que la anestesia hiciera mucho efecto. Al otro lado de la glorieta estaba el Mercado del Pescado que tenía su gracia. Cuando se viajaba en la línea 5 de metro, no hacía falta abrir los ojos si se iba con ellos cerrados para saber que se estaba en Puerta de Toledo. El olor a pescado era un aviso olfativo inequívoco.
Ahora, en el edificio del mercado, han puesto un centro cultural y comercial que no me gusta nada. Me produce escalofríos.


No se pierda las últimas entregas de La conspiración de las mercerías. Qué cosas le pasan a Ildefonso Lendínez.

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