jueves, 3 de noviembre de 2011

Me disculparán...

Supongo que alguno de ustedes, uno o dos, se estará preguntando por qué no ha habido ninguna entrada desde hace tiempo. Todo es culpa de la dentadura. Así como suena. Pues verán: Llega uno a una edad muy violenta y resulta que un día raro se le cae un diente. Descubre que tiene una cosa que los dentistas llaman enfermedad periodontal y que los demás llamamos piorrea. No queda más remedio que entrar en ese baile de ir al dentista y dejar que haga lo que le de la gana. Hasta ahí todo normal. Lo malo es que el dotor insiste en que el tabaco es malísimo para la dentadura y si se fuma en pipa, que es el caso, todavía peor. Y uno que es más tonto de lo que se creía promete no fumar hasta que le arreglen los dientes. Error. Y todavía peor. Lo promete delante de su mujer que es como un disco duro y registra estas cosas haciendo varias copias de seguridad. Desde mediados de septiembre lleva uno sin dar una calada. Ni una sola. Y les aseguro que escribir sin fumar es muy difícil.
La mujer de uno le asegura que la gente normal es capaz de dejar de fumar y uno argumenta que la gente normal no es capaz de escribir. O sea, o somos normales o no. Lo que no me vale, ya sé que soy intransigente, es ser normal para unas cosas y para otras no. Y ser normal implica no escribir... gran cosa.
No sé cuándo comencé a escribir. No sé cuándo comencé a fumar. Pero sé que fue al mismo tiempo. Letras con humo y humo literario. ¿Cómo es posible separar ambas cosas? Sé que sólo me entenderá algún escritor que fume.
Llevo sin fumar casi dos meses pero aviso: No pienso dejar de fumar. Me niego a ser un ex fumador. Digamos que soy un fumador filosófica y estéticamente convencido en excedencia forzosa.
Y como ahora lo único que se me ocurre es escribir un libro de epitafios... mejor no escribo más.

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